Fabián Bustamante Olguín. Doctor en Sociología. Académico del Departamento de Teología, UCN, Coquimbo.
Las ciencias sociales tienen la peculiaridad de incomodarnos y abrirnos a una introspección sobre las prácticas y desigualdades cotidianas. En su libro En bruto. Una reivindicación del materialismo histórico (2016), el filósofo César Rendueles sugiere una idea poderosa: las ciencias sociales deberían despojarse de su manto de cientificidad solemne y situarse al lado de saberes prácticos y vivos, como la cocina o la música. Estas ciencias no son teorías impenetrables o ecuaciones exactas; son herramientas de comprensión. Así, se convierten en un lente que permite a las comunidades ver, en los rincones más sombríos, las dinámicas de poder que atraviesan sus vidas.
¿Pero qué relevancia tiene esto para una región como Coquimbo? Coquimbo no es un laboratorio de teorías abstractas ni un espacio donde aplicar fórmulas; es un entramado social, cultural y económico que pulsa a un ritmo propio. En lugar de limitarse a describir sus problemáticas, las ciencias sociales pueden asumir un papel de intervención práctica, un acompañamiento directo con las personas que viven la precariedad laboral, la escasez de agua y la vulnerabilidad social. En palabras de Rendueles, la economía —y podríamos agregar, la sociología, la antropología, la historia— no debería observarse como una teoría abstracta, sino como una praxeología, es decir, como un saber centrado en la elección humana y en la acción diaria.
El desafío, entonces, no es únicamente comprender el qué y el cómo de los problemas que enfrenta esta región, sino por qué y para qué de las ciencias sociales. Estas pueden esclarecer las formas de subordinación y los patrones de desigualdad que hemos heredado, proponiendo, de paso, alternativas concretas y viables. Coquimbo no necesita ciencias sociales de escritorio, sino un saber que se despliegue en el día a día, que se construya en el mercado, en el puerto y en las juntas de vecinos, y que permita, con sensibilidad y visión, iluminar un camino hacia un desarrollo que surja del mismo tejido social.
Es hora de que las ciencias sociales dejen de ser espectadores y se conviertan en actores, que caminen junto a quienes buscan cambios en sus vidas y en sus entornos. Coquimbo y sus habitantes no necesitan simplemente conocer la teoría de sus problemas, sino descubrir la praxis que les permita, en palabras de Rendueles, desentrañar las regularidades opacas que los limitan y forjar posibilidades de emancipación.
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