Loreto Narbona Olivares, Nutricionista Centro de Salud Estudiantil Universidad Católica del Norte, Sede Coquimbo.
En marzo del 2024 el “Observatorio de Salud Mental -Chile” presentó una estadística donde menciona que el 34% de los adolescentes y el 44% de los adultos presentan depresión, mientras que un 39% de los adultos y 24% de adolescentes presentan ansiedad. Por otro lado, la Superintendencia de Seguridad Social menciona que el 67% de los diagnósticos por enfermedades laborales corresponden a salud mental. ¿Qué factores están influyendo en estas alarmantes cifras? Uno de ellos son nuestros hábitos, dentro de los que destaca los alimentos que consumimos diariamente, y los nutrientes que obtenemos de los mismos.
Las bebidas energéticas fueron creadas en los años 60 en Europa y Asia, y desde entonces ha sido la industria con mayor crecimiento desde la creación de las aguas embotelladas, llegando a un total de apróx 500 marcas a nivel mundial.
Cada día podemos ver como la ingesta de bebidas energéticas aumenta en lugares como colegios, universidades, gimnasios, pub y restaurantes. Siendo el principal consumidor los adolescentes y adultos jóvenes, ya que un 68% de los adolescentes y un 34% de adultos jóvenes entre 18 – 24 años las consume de manera frecuente. Pero ¿somos realmente conscientes del efecto que estas pueden causar en nuestro organismo?
El año 2019 se publicó un artículo en donde se mencionan los efectos neurotóxicos que tendría una ingesta frecuente de bebidas energéticas (2 o más a la semana). En donde se destaca como resultado la disminución de dos neurotransmisores: serotonina y dopamina, los cuales tienen dentro de sus funciones el mantener la motivación por las actividades diarias, entregarnos sensación de “recompensa” al lograr nuestros objetivos, sensación de bienestar general, entre otras. Razón por la cual se asociaría a un aumento en los síntomas depresivos/ansiosos, crisis de pánico y también, en las ideaciones e intentos suicidas.
Además de los efectos en cuanto a la salud mental, una ingesta frecuente y/o excesiva de estas bebidas pueden generar taquicardias, aumento de la presión sanguínea, falla renal, falla hepática, aumento de la ingesta de alcohol, enfermedades cardiovasculares como diabetes e hipertensión (debido a sus altas cantidades de azúcar), e incluso se asocia a problemas de atención en niños y adolescentes.
Considerando los múltiples efectos negativos que causan, lo más lógico sería regular la venta de las bebidas energéticas, como es el caso de países como Dinamarca y Uruguay donde se prohíbe la venta de estos productos, Noruega solo permite su venta en farmacias y Suecia prohíbe su venta a menores de 15 años, además de realizar campañas en donde se destaca el riesgo de utilizar estas bebidas al realizar actividad física y mezclarlas con alcohol. Mientras tanto en Chile la regulación en la venta, publicidad y consumo de estos productos es superficial.
Esto ocurre debido a un Decreto Supremo emitido el año 1996 en donde clasifica las bebidas energéticas como “Suplementos deportivos” ya que ayudaría a la recuperación muscular después de realizar ejercicio, y no como alimentos. Sin embargo, debido al interés y preocupación que genera para la Salud Pública el aumento progresivo en la ingesta, el año 2022 se presenta un proyecto de ley en donde se propone que la venta sea más regulada, prohibiendo la venta en menores de 18 años. Sin embargo, desde entonces aún se encuentra en la primera etapa del trámite constitucional, en espera de su aprobación y publicación. ¿Por qué se “congeló” este proceso? ¿Siendo que ya existe evidencia suficiente que demuestra lo perjudicial que es el consumo frecuente de estas bebidas en niños, adolescentes y adultos? ¿Será porque en nuestro país aún no se considera como un problema de Salud Pública?
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