Columna de opinión del Arzobispo de Antofagasta y Gran Canciller de la Universidad Católica del Norte (UCN), Monseñor Ignacio Ducasse Medina, publicada por El Mercurio de Antofagasta.
Cada 25 años la Iglesia convoca a la celebración de un Año Jubilar, es decir, un tiempo de gracia que, a través de palabras y testimonios, manifiesta el perdón y la salvación regalada por Dios.
El próximo Jubileo, que tendrá lugar en 2025, tiene por lema “Peregrinos de la esperanza” y para prepararnos el Papa Francisco nos invita a hacer de este 2024 un año centrado en la oración.
Queremos en Antofagasta orar con “un solo corazón y una sola alma” (Hch, 4,32) y traducirlo en ser solidarios y en compartir el pan de cada día con los hombres y mujeres que caminan a nuestro lado. Trabajar para hacer de nuestra ciudad una ciudad de esperanza, generar un estilo de vida basado en la calidad ética y espiritual de la convivencia. En definitiva, hacer que Antofagasta sea un signo de esperanza para quienes vivimos en ella y para quienes la visitan.
No podemos ocultar que estos años -pandemia, estallido social…- han mostrado una profunda necesidad de espiritualidad. A su vez, cuanto más fuerte se vuelve el grito de la tecnología que parece corresponder a todos nuestros deseos, más profunda es la necesidad de una verdadera espiritualidad que lleve a cada persona al encuentro de sí misma en la verdad de su propia existencia y, por tanto, en una relación coherente con Dios.
El Año de la Oración quiere ofrecer momentos de auténtico descanso espiritual. Un oasis al abrigo del estrés cotidiano, donde la oración se convierte en alimento para la vida cristiana de fe, esperanza y caridad. Para ello puede ayudarnos este mes conocer más a Santa Teresa de Los Andes, nuestra santa chilena, monja carmelita que dedicó su vida a Dios en la oración y el silencio del claustro; a San Alberto Hurtado, sacerdote jesuita chileno que conjugó de modo ejemplar la vida de oración y la entrega a los más pobres de su tiempo. Y, sobre todo, María del Carmen, la “chinita” como la llamamos coloquialmente en nuestro Norte. María rezó con los discípulos que atravesaron el escándalo de la cruz. Rezó con Pedro, que había cedido al miedo y había llorado arrepentido. María siempre está ahí, con los discípulos, en medio de los hombres y las mujeres que su Hijo ha llamado a formar su Comunidad. Es el testimonio que nos dan los miles de hombres y mujeres, familias enteras, que cada año peregrinan a La Tirana para poner bajo el manto de la Madre las necesidades físicas y espirituales, como también agradecer su intervención ante su Hijo, como lo hizo en Caná de Galilea, y así cultivar la es
No hay comentarios