María Constanza Castro Molinare
Académica Escuela de Periodismo
Universidad Católica del Norte
La cultura autogestionada por la ciudadanía es una veta riquísima que alcanza para todos, un recurso inagotable cuyo valor es inversamente proporcional a las crisis y a la inestabilidad de los mercados.
Entendiendo la cultura como un conjunto de hábitos y saberes que permiten resolver problemas de supervivencia de grupos humanos y comunidades, y ante la gran diversidad de formas de llevar a cabo esto, podemos inferir que la cultura debe estar en la base de nuestras prioridades, pues nos permite ser conscientes de cómo queremos ser y qué queremos alcanzar a nivel individual y colectivo.
Es uno de los vehículos más eficientes para el desarrollo social, y empoderarse al respecto brinda capacidad analítica para interpretar la realidad social y luchar contra la resignación, la desidia, la inercia y el pesimismo. La cultura nos identifica con el espacio material y simbólico que habitamos y da herramientas para participar del propio desarrollo.
Nos impulsa a volvernos agentes y dejar atrás la espera. No debiese ofrecerse ni recibirse, sino existir la voluntad de apropiarse de ella, compartirla y vivenciarla para generar respuestas, construir espacios y soluciones. Antofagasta es nuestro espacio social y simbólico, y nuestra riqueza como ciudad no es solo económica, sino también cultural.
No basta con que exista oferta cultural en una ciudad. Hay que asegurarse que en ella se practique la Democracia Cultural; que individuos, organizaciones de base y comunidades dispongan de instrumentos y espacios para realizar procesos de participación y de vida asociativa en la realización de actividades culturales. No basta disfrutar de espectáculos gratis de primer nivel que se arman y desarman, y que cuesta retener en la memoria pues, para una experiencia significativa hay que ser parte de ella. La inversión privada debe apuntar a legar conocimientos e infraestructura que sirvan como plataforma a la comunidad para desarrollar sus propias propuestas.
Modular espacios de encuentro es una condición imprescindible para el intercambio simbólico y, en definitiva, el reconocimiento de los pares como sostenedores de una identidad común que puede y debe ser construida, pues solo se constituye en la interacción simbólica con otros, ya sea cara a cara o a través de construcciones mediadas. Entendiendo que muchas veces existe una desconexión entre las organizaciones culturales y los públicos -que demandan más participación al generar contenidos propios -, estos mediadores pueden ser gestores culturales o miembros activos de la comunidad.
Una metodología probada a nivel iberoamericano es la animación sociocultural, que organiza a las personas para realizar proyectos e iniciativas desde la cultura y para el desarrollo social en la búsqueda de una sociedad inclusiva, con participación activa, capacidad de negociación y de instalar temas en la agenda.
Generar intercambio de miradas entre los agentes socioculturales y el resto del colectivo en Antofagasta (ciudadanía, industriales, Gobierno) es otro factor decidor en el cual la gestión cultural, a través de sus mediadores, puede aportar herramientas que posibiliten ir estableciendo confianzas sin obviar la responsabilidad que le cabe a las Políticas Regionales y Comunales de Cultura, cuyo deber, más allá de asegurar el acceso, es encarnar la participación como premisa.
Como plantea George Yúdice, en este mundo globalizado la cultura pasa a ser un recurso, “por su uso creciente como expediente para el mejoramiento tanto sociopolítico, cuanto económico para la participación progresiva en esta era signada por compromisos políticos declinantes, conflictos sobre la ciudadanía y la desmaterialización de muchas nuevas fuentes de crecimiento económico”.
En Antofagasta es posible apostar a que la cultura, como economía simbólica, aporte a la diversificación de su matriz de desarrollo pues, además, se encuentra en sintonía con los desafíos que plantea la Estrategia Regional de Desarrollo, que habla de “fortalecer la diversificación de la estructura económica en la Región”. La cultura autogestionada por la ciudadanía es una veta riquísima que alcanza para todos, un recurso inagotable cuyo valor es inversamente proporcional a las crisis y a la inestabilidad de los mercados.
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